miércoles, 19 de septiembre de 2012

XI


                Lo atormentaba
mi cosecha de sueños antiguos
Pero yo fui la savia
Que lo nutrió en su adolescencia.

                Ese
El que yo amaba
Cantó el canto de las aves pasajeras
Yo
Edifiqué los aires
para verificar la voz de la zampoña.

martes, 11 de septiembre de 2012

Sinfonía del hombre fósil


I
            Desde un mundo de carbón vegetal, me levanto,
como empujada ola, compañero.
Me vibran las acústicas marinas
y enhebro el silencio de la greda,
y escupo a la muerte por encima del hombro.

            Pero nada es igual dentro del agua
sino el agua y el pez dentro del agua.

            Si a cada día, si a cada espacio vengo,
por la noche mis manos enloquecen,
y el vértigo fustiga la horadada simiente.
No sólo el ritmo es propensión al canto,
pues entonces la muerte
no podría tener un significado de vocales.

            El paso se acostumbra al silencio
como el agua a los muelles,
y voy cantando risas a olvidadas aceras
con detalles ambicionados por la nieve.
¿A qué viene entonces el deseo de sentirse viva?
-Así es una niña azul en su traje de verano-.
Yo tengo una cabellera de yodo
y en cada ojo un barco con forma de mirada,
y asida a un mástil sin cuidado fumo
mi cachimba de hierbas suburbanas,
y en un sonoro vientre mi corazón apoyo
y a oscuro corazón mi corazón allego.

            Soledad, me acostumbro a diversas costumbres.
Eternamente verde, muerta en el alga verde,
y el sudor de los vinos agotados, me ciñe
y abandono deseos vertebrales.

            En corporales nieblas,
me desvisto de sal y resinas oscuras
y asisto al panorama de besos y crujidos
y a latitudes verdes me incorporo.

            Amigo, ya lo sé.
Dejaré al tiempo saber su estación olorosa.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.

            Iba con su hombro izquierdo en dirección al norte
y la piel erizada y oculta prometida a la pampa roja.
Ay astro mal herido por el día,
desde tu corazón te he suicidado
ayudada por tu propia luz.
El habitante de los cristales no está conmigo ahora.
A qué venir entonces a medir el espacio con el hueco de los ojos.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.

            Desde donde la luz inicia la distancia,
desde los puros astros montañeses,
oigo tu voz de aletargado vino,
tu esencial continencia de agua dura.
Y no soy yo en el fuego devorando crisoles
y no estoy en la fécula de sabor prohibido
ni en la silenciosa multitud.

            Y así, entre advenedizos y distantes,
desastillando la mano del leñador junto a su único árbol derribado.
El habitante de mi sangre no está conmigo ahora.

            Su misteriosa voz de océano,
su labranza de anillos,
su escondida raíz,
su pétrea contextura,
su esmerilada boca de diamante
agoniza en la tierra su secreto;
en ahogados espasmos de vertientes inéditas
-claras constelaciones subterráneas-
siderales ramajes suspendidos en el viento del sur.

            Ay compañero;
tu rasgada piel de animal quebradizo,
ay, hombre, muriendo e inconcluso,
hombre de intentos pétreos,
de prohibidas féculas candeales.
¿De qué espiral renacerá tu canto,
de qué aullido infantil se hará tu corazón?

            Qué importa tu experiencia de abdomen
envejecido y virginal,
qué tus huesos florecidos,
qué tu angustia de cineraria seminal.

            Yo me levanto
sobre tu semblante de alga seca
y avizoro olas escasas de pelaje marino,
y a verticales sombras verticales me uno
como a su sombra, un ahorcado suspendido de noche.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La Arenera



               Crónica. Dos de febrero.
Cinco centímetros de columna
A nadie le dice nada
Que una anónima arenera...

                Mal gusto del periodista
Por tal condimento a la hora del almuerzo
Mal gusto de la muerte
Sonrisa endemoniada de la vida
Una mujer arenera...

                Diez uñas
Y el silencio
Para escarbar milenios.
Pagado y miserable
Cuatro pesos el metro cúbico:
Ripio arena y sangre
Para la construcción del Caracol
Cuatro pesos
El metro lineal de alimento sudoroso

                Monedas apagadas de sonido
Cara de la Miseria
Sello de la vergüenza.

                La firma constructora:
Cuatro millones
Mil y más mil dólares se necesitan
Ya vamos llegando
Un poco más de fuerza y ya estaremos
Cómo no aprovechar la mano de obra
Si por vez primera no cuesta nada
Cuarenta y mil siglos la Arenera
Con sólo diez uñas y el silencio.

                Flor se llamaba.
Nada más que una crónica
Un suelto de noticia cotidiana.

                Flor María Beltrán
Y dieciséis años
En los brazos de Julio
Vivientes
En la población "Lo Amor"
Qué coincidencia
Cinco bocas
Menos mal que sólo cinco bocas
Cinco bocas asociadas con el hambre
Una ligera operación aritmética
Y tenemos
Algunos pares de zapatos metafísicos
Una que otra vez
Uno con otro
Una que otra vez el andrajo colorido
Una que otra vez el mendrugo
El jergón, la Eucaristía.

                En el río Mapocho
Llegó a puerto la Flor
Dieciséis años
Recalando en puertos de pasada
En aguas turbias
Resacas, mareas.
Una que otra sonrisa entre la nada
Dieciséis años en los brazos de Julio.

                No la ayudó
La arena decantada
No la ayudó
El rodado cantar
De la piedrecilla volandera
Bajando los pendientes
Las promesas.

                No la ayudó Julio
A pocos pasos de impotencia
No la ayudó la esperanza
De cinco bocas esperándola
Las cinco esperas hambrientas
Repetición de ojos oscuros
Abiertos al miedo
Bofetón impotente al firmamento
Puño encerrado y maldiciente
A la estrella perdida.

                Mala suerte la vida, Flor Beltrán
Muy lejos tu sonrisa tu esperanza
Ese lejos
Cuando la primavera diseñó tu cintura
Ese tan lejos
De la palabra coincidente
Ese más lejos
Cuando Julio Cifuentes
Enterneció la "mejora" con sus besos
Ese presente -lejos
Cuando la vida Mentirosa por cierto
Encendió tus pupilas
Y se afincó en tu vientre
Durante cinco veces
Para después de un tiempo
No el justo, no.
Tus diez dedos sin uñas, tus silencios
Tus cinco bocas ávidas
Tu Julio
Los tragará la arena, tu alimento.

                Flor María Beltrán
Compañera arenera sin palabras
Sin títulos, sin zapatos
Con la misma pollera
Te sepultó el más grande de los derrumbes.

                En tus pestañas, en tus crenchas
Florecen las arenas.