miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cantos de Anadir [Canto tercero]


Hoy he cruzado una calle, donde los niños huelen a viejos trapos en desuso y, donde cuya única bebida es el agua pútrida que almacena la calle incolora.
  Las gentes seguían mi paso de sabio bailarín adolescente y miraban mi vestido… Una sensación de abandono y sueño se apoderó de mis ojos y no miraba ya, sino esas extrañas figuras fosforescentes que el párpado encierra en la obscuridad y que tan confidencialmente nos regala, como un presente de sombras.
  Para ir a ver al herrero, muchas veces he cruzado la misma calle, y los niños y los perros me siguen, y los gatos abandonan su propio calor para excitarme con su morbidez las pantorrillas.
  Y vi al herrero Anadir. Estaba él con su casaca de piel y su brazo, largo como un péndulo, oscilando el garfio de la fragua; sus ojos verdes tan grades como su frente y oblicuos, miraban la llama roja que iluminaba su pecho y sus hombros. Es casi un niño y es alto y magro como un pobre árbol pobre.
 
El herrero es mudo Anadir, y no tiene sino, sus ojos para conversar, y como sus ojos son tristes y están siempre fijos en el fuego, yo creo que el herrero se quedó mudo voluntariamente, porque su mirada no juega ni parlotea como la mirada de los hombres vulgares que yo veo en las esquinas, a la salida de la iglesias, o en las tabernas, donde bebo mi vino por las noches.
  Cuando él duerme con las manos bajo la nuca, sin sacarse la pelliza, sueña con sus grandes cuencas verdes, en las herraduras brillantes y blandas con que adorna los cascos de los potros voladores. Una cabalgata sonora lo lleva lejos y él va con su cuadriga, por los caminos estrellados, en busca del fuego que no se consume, más allá de la vida, a errar en la eternidad.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Cantos de Anadir [Canto segundo]


  Como si después de tanto tiempo, no pudiera seguir existiendo Anadir. ¿Acaso cada cosa que sucede, no significa el destierro de un mero corazón, apenas comenzado?

  Desde tu ausencia me he arrebatado de mar, me hundo en la arena tibia, como en tu cuerpo; te diviso, más que te imagino, sobre la última ola azul. Siempre vas precedida de puertos y de mástiles y de extraños barcos silenciosos, y un coro ronco de marineros se sumerje contigo en e oscuro seno movedizo. Entonces la tristeza y la soledad hacen presa de mi, y me revuelco como un pez despreciado y moribundo.

  ¡Ay, si la ola negra de tu cabellera me sepultara, y vivir pudiera en mares desconocidos, donde el almizcle y el yodo tiñeran mi piel y bebiera el sudor angustioso de la esclavitud!
  Más que la muerte que conocemos y está en nosotros, deseo la vida ignorada, más allá del mar y sus emanaciones, más allá de la montaña y sus nieves, más allá del fuego y su lengua amiga y acariciadora.
  Qué sería de mi si el espíritu del mal huyera de mi lado y no pudiera poseerte, Anadir:
  Partiría mi sien derecha con una roca, para que los pájaros marinos bebieran en mi cráneo y pudieran hablarte, cuando te paseas en el horizonte, con tu coro ronco de marineros borrachos de muerte.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Cantos de Anadir [Canto primero]

Yo estaba como aquel a quien le han sido arrancados los ojos por una manada de serviles águilas. Y mi sangre entonces, era vertida en el pozo más oscuro de mi casa junto con el estiércol y las palomas muertas.

  Yo era aquel a quien servía de morada, la tumba de sus antepasados; –silvestre, como todas las tumbas silvestres.

  Yo era aquel a quien el amado confundió con una sola de sus caricias aprendidas de la esposa. Me venía por el costado un suave sopor, y me dormía queriéndola a ella, pensando en ella como en la primera amadora. Para mí, ella era él; entonces ya no sabía si mis venas eran mías o si mis dedos, recorrían verdaderamente mis muslos, deseando encontrar los poros, más debajo de la piel.

 Pero un día fui mío y me escurrí como un pez sediento hasta mi vientre, y estuve en él por largo tiempo nací.

   ¡Oh, extraña coincidencia! Me sentía suave y voluptuoso porque era el comienzo– y creí en esos instantes, que cada vez podría hacer lo mismo; era tan bello no compartir nada, no dar nada, aún cuando recordaba haber besado ardientes labios.

  Más, el amado repitió mi nombre durante varias noches y fue como si el hijo recién nacido, cantara una canción de cuna para su madre. Ya no lloraba, y si embargo tenía las cuencas salobres y prendidas de las comisuras.

  Anadir, agita tu mano blanca y aguda y dime si la noche, alguna vez dejará sus pisadas procelosas y habitará en tus ojos para siempre.

  Anadir, eres suave como el talle de una flor de esparto y puedes ser mía; te daré a beber inolvidables zumos y serás inmortal como tu amante. Ven, acerca tu aguda mano blanca hacia el nacimiento de mi cabello y sabrás cómo crece, bulliciosamente, como las cascadas y las hojas y la hierba perezosa del camino.

  Anadir, si te dijera que acabas de nacer junto conmigo me tendrías más confianza, pero ya ves, la fatalidad ronda mis puertas y no puedo mentirte, pero descenderé desde mis comienzos para estar contigo y podré besar tu ardiente mejilla. Entonces tu planta bailará sobre los cristales líquidos de la lluvia, y reirás como una niña recién parida.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Stella Díaz Varín (prólogo de los Dones previsibles)

Aunque Stella me pida que no escriba sobre ella sino sobre su poesía , haré las dos cosas en una, ante la imposibilidad de separar­las. Si no conociera a la autora de Los dones previsibles no sé bien cómo los interpretaría. Porque somos amigos, releyendo la brevedad de sus obras completas -cuatro libros con el presente- los versos de Stella me "suenan", me resultan angustiosamente familiares.
La voz de Stella es fiel a sí misma. Subrayo esa palabra para agregar que la mayor parte de los poetas de mi generación enten­díamos la poesía como canto, en primer lugar y sólo en segundo como escritura. En el poema hablaba, una primera persona que debía robarse con su voz todas las películas, empezando por la Biblia. El hablante más bien cantante, de los versos, debía ser "antipoeta y mago" -Huidobro-; heroico y multitudinario -de Rokha-; un mito -Neruda-. Stella Díaz Varín, no bien reconocida la necesidad de te­ner una voz propia y resonante y, en ella, "la razón de mi ser", in­tentó diferenciarla con una violencia específica e hizo de ella una leyenda turbulenta. La reconozco en este nuevo libro ante todo cuando en "Albedrío" contrasta y sobrepone su yo al yo de los de­más, en el modo imperativo:
"Ahora respóndanme / con una mano enguantada / A flor de corazón / Cuál es la fecha exacta / Entre Aldebarán y Andrómeda / El día en que los cuervos / Cosechen lo suyo / Entre la más grande estampida/ De todos los tiempos. Amén".
La voz, que quizá se hace oír en versos largos y acumulativos, es imperiosa, arbitraria y, con la palabra amén, el sujeto de una cierta profanación. Supongo que la concordancia exigiría será por es en los versos citados, seguido por el presente del subjuntivo: cosechen, pero la forma correcta o incorrecta en que están usados los verbos, acen­túa el tono volitivo de la estrofa, que se apoya en la gesticulación más que en el sentido. Esta prerrogativa de la gesticulación tiene que ver con la preeminencia de la voz y de la imagen en el canto poético.
    Así pues Stella era, es, una tenebrosa cantante desconsolada y también frenética, orgullosa de sus imágenes y negligente en relación al sentido de su canto.
Algunos de nosotros, estimulados por el ejemplo de Nicanor Pa­rra, nos alejamos rápidamente de ese tipo de poesía -del hipnotismo de las Residencias de Neruda, del gigantismo de De Rokha- Stella, no. Hasta el día de hoy sus mejores versos ("Y un horizonte/ don­de aprendí a reverberar /con el último rayo de sol sobre las aguas") son autoreferenciales. Adornos de la propia persona retorizada, que es la máscara del poeta.
En el teatro de la palabra, sola contra el mundo, esa figura en primera o tercera persona, es una especie de Cristo maldito que Camina sobre las aguas: "Inefable como Dios cuando quiere ser hombre".
Esta imagen del poeta, la afición a la magia del lenguaje asociada a la realidad como acto verbal imperativo y otras características, delatan aquí -con la desvergüenza al uso de mi generación- cuentas pendientes con el romanticismo, el decadentismo y el simbolismo.
Nuestra poesía en "estado natural", sin necesidad de cultivarse o, quizá, porque así cultiva su despreocupación por el razonamiento y por el mundo, re-cita, en el espacio de la voz, lejos de los libros, lo que, en el decir de Octavio Paz, es su definición misma: "Y siendo ritmo es imagen que abraza los contrarios, vida y muerte en un solo decir. Como el existir mismo, como la vida que aún en sus momentos de mayor exaltación lleva en sí la muerte, el decir poético, chorro de tiempo, es afirmación simultánea de la muerte y la vida".
Asocio los cantos de Stella al estado de gracia y de desgracia en que morimos o sobrevivimos los jóvenes de mi edad, hace mucho tiempo.
Enrique Lihn, enero 1988.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Texto inédito de Stella Díaz (Borrador II)


Hay un cúmplase para el sueño del hombre
No es finiquito sino el comienzo
De toda precaria existencia humana
No solamente me remito a los seres antiguos
Me elevo sobre las mismas cumbres
Para sentir el olor de los espinos
Me hundo en lo mas hondo
De las quebradas inaugurales
Y me remonto de repente como un caballo alado
Por sobre el más lúcido pensamiento del hombre
¿De que hombre?

Pienso en Enrique Lihn, en Jorge, en Alfonso, en Rolando,
En todos los hombres que alguna vez me reconocieron,
Que reconocieron mis venas y mi saliva,
Pienso en lo que significo la estancia tan efímera
De mis camaradas, de mis compañeros,
Estancia tan efímera de la que soy una sobreviviente.
Quiero cruzar este río verde, más allá del río
Quiero estar en lo hondo del valle precedido,
Quiero estar también en la pequeña flor.

Yo sé que estoy en el gran temblor de la tierra
Para inaugurar los otoños, pero no las primaveras.