lunes, 12 de septiembre de 2011

Stella Díaz Varín (prólogo de los Dones previsibles)

Aunque Stella me pida que no escriba sobre ella sino sobre su poesía , haré las dos cosas en una, ante la imposibilidad de separar­las. Si no conociera a la autora de Los dones previsibles no sé bien cómo los interpretaría. Porque somos amigos, releyendo la brevedad de sus obras completas -cuatro libros con el presente- los versos de Stella me "suenan", me resultan angustiosamente familiares.
La voz de Stella es fiel a sí misma. Subrayo esa palabra para agregar que la mayor parte de los poetas de mi generación enten­díamos la poesía como canto, en primer lugar y sólo en segundo como escritura. En el poema hablaba, una primera persona que debía robarse con su voz todas las películas, empezando por la Biblia. El hablante más bien cantante, de los versos, debía ser "antipoeta y mago" -Huidobro-; heroico y multitudinario -de Rokha-; un mito -Neruda-. Stella Díaz Varín, no bien reconocida la necesidad de te­ner una voz propia y resonante y, en ella, "la razón de mi ser", in­tentó diferenciarla con una violencia específica e hizo de ella una leyenda turbulenta. La reconozco en este nuevo libro ante todo cuando en "Albedrío" contrasta y sobrepone su yo al yo de los de­más, en el modo imperativo:
"Ahora respóndanme / con una mano enguantada / A flor de corazón / Cuál es la fecha exacta / Entre Aldebarán y Andrómeda / El día en que los cuervos / Cosechen lo suyo / Entre la más grande estampida/ De todos los tiempos. Amén".
La voz, que quizá se hace oír en versos largos y acumulativos, es imperiosa, arbitraria y, con la palabra amén, el sujeto de una cierta profanación. Supongo que la concordancia exigiría será por es en los versos citados, seguido por el presente del subjuntivo: cosechen, pero la forma correcta o incorrecta en que están usados los verbos, acen­túa el tono volitivo de la estrofa, que se apoya en la gesticulación más que en el sentido. Esta prerrogativa de la gesticulación tiene que ver con la preeminencia de la voz y de la imagen en el canto poético.
    Así pues Stella era, es, una tenebrosa cantante desconsolada y también frenética, orgullosa de sus imágenes y negligente en relación al sentido de su canto.
Algunos de nosotros, estimulados por el ejemplo de Nicanor Pa­rra, nos alejamos rápidamente de ese tipo de poesía -del hipnotismo de las Residencias de Neruda, del gigantismo de De Rokha- Stella, no. Hasta el día de hoy sus mejores versos ("Y un horizonte/ don­de aprendí a reverberar /con el último rayo de sol sobre las aguas") son autoreferenciales. Adornos de la propia persona retorizada, que es la máscara del poeta.
En el teatro de la palabra, sola contra el mundo, esa figura en primera o tercera persona, es una especie de Cristo maldito que Camina sobre las aguas: "Inefable como Dios cuando quiere ser hombre".
Esta imagen del poeta, la afición a la magia del lenguaje asociada a la realidad como acto verbal imperativo y otras características, delatan aquí -con la desvergüenza al uso de mi generación- cuentas pendientes con el romanticismo, el decadentismo y el simbolismo.
Nuestra poesía en "estado natural", sin necesidad de cultivarse o, quizá, porque así cultiva su despreocupación por el razonamiento y por el mundo, re-cita, en el espacio de la voz, lejos de los libros, lo que, en el decir de Octavio Paz, es su definición misma: "Y siendo ritmo es imagen que abraza los contrarios, vida y muerte en un solo decir. Como el existir mismo, como la vida que aún en sus momentos de mayor exaltación lleva en sí la muerte, el decir poético, chorro de tiempo, es afirmación simultánea de la muerte y la vida".
Asocio los cantos de Stella al estado de gracia y de desgracia en que morimos o sobrevivimos los jóvenes de mi edad, hace mucho tiempo.
Enrique Lihn, enero 1988.

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